Muchas personas piensan que el amor es una locura, que ataca a los más débiles e indefensos, y que lo único que logra es agravar en ellos su triste situación. Canciones lloronas, películas melodramáticas, poemas desgarradores, lágrimas, sollozos, clinex y demás son elementos que muchas personas atribuyen al amor. “No me enamoro para no sufrir” es lo que muchos manifiestan a lo largo de su vida; la mala experiencia que han afrontado los convierte es seres desconfiados, resentidos y peleados a muerte con el amor, optando por aislarse y mirar como seres de Marte a aquellos que por desgracia han sido totalmente intoxicados con aquel sentimiento que a ellos les dejó el amargo sabor a chocolate vencido o leche vinagrada.
Sin embargo una, dos o más experiencias desagradables que se haya tenido, no significa que tenga que ser una constante en nuestra vida. Si bien el amor que sentimos los seres humanos no es perfecto y por el contrario, más imperfecciones no puede tener, es aquella humanidad la que hace interesante el enamorarse, porque donde se juntó "el hambre y la necesidad", en muchos casos dio a luz las ganas de salir adelante. El amor no tiene por ser el personaje malvado de la película, el villano despiadado que va hiriendo y matando a cada paso que da, pues hasta de los personajes más siniestros, en alguna oportunidad, se ha mostrado su lado cálido y tierno.
No permitamos que nuestros rencores nos nieguen la posibilidad de encontrar a ese ser que Dios ideo justo a nuestra medida. Aquel que calce perfectamente en nuestra vida. Tal vez si hubiésemos detenido nuestros ímpetus, y la tierna locura de la juventud, para preguntarle a Dios si esa persona espectacular que apareció en nuestras vidas, que se mostró como el ser más maravilloso de la tierra, era el que Él había destinado para nosotros, o si era sólo un espejismo de aquella que más tarde tendría que venir, nos hubiésemos ahorrado lágrimas, arrugas, envejecimiento prematuro, terapia psicológica, etc.
Aprendamos por tanto a ESPERAR. Recuerda que no necesitamos ir hasta Marte para aprender a amar, empecemos en el lugar donde nos encontremos; el amor no es interplanetario, es divino, y nos lo ha dado Dios, y mientras más cerca estemos de Él, más amor seremos capaces de dar, y mientras más lejos, mayores serán nuestras ganas de sentenciar irremediablemente al amor a morir colgado en el patíbulo.
No permitamos que nuestros rencores nos nieguen la posibilidad de encontrar a ese ser que Dios ideo justo a nuestra medida. Aquel que calce perfectamente en nuestra vida. Tal vez si hubiésemos detenido nuestros ímpetus, y la tierna locura de la juventud, para preguntarle a Dios si esa persona espectacular que apareció en nuestras vidas, que se mostró como el ser más maravilloso de la tierra, era el que Él había destinado para nosotros, o si era sólo un espejismo de aquella que más tarde tendría que venir, nos hubiésemos ahorrado lágrimas, arrugas, envejecimiento prematuro, terapia psicológica, etc.
Aprendamos por tanto a ESPERAR. Recuerda que no necesitamos ir hasta Marte para aprender a amar, empecemos en el lugar donde nos encontremos; el amor no es interplanetario, es divino, y nos lo ha dado Dios, y mientras más cerca estemos de Él, más amor seremos capaces de dar, y mientras más lejos, mayores serán nuestras ganas de sentenciar irremediablemente al amor a morir colgado en el patíbulo.
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