Abajo junto a la puerta de entrada estaba el regalo que tanto había añorado, mi bicicleta de color rojo. ¡Era acaso posible! No sería que aún me encontraba dormida o en aquel estado en que te parece que las cosas son reales cuando en realidad no lo son. Con miedo me acerque hacia ella, la miré con recelo, el olor a nuevo me hizo estremecer, sus colores brillantes parecían iluminar toda la habitación. Afuera la gente aún soñaba, y sentí que yo también lo hacia, los gallos aún no cantaban, y mis padres aún dormían plácidamente en su habitación.
Y fue entonces que supe que era de verdad, era mi bicicleta, por fin mis padres habían cumplido con lo prometido hacía tanto tiempo. Y ya siendo mía pensé que era momento de echarle una probadita, así que me trepé a ella como pude, con mucha prisa y mayor torpeza, pero el lugar era demasiado pequeño como para poder echarme a andar sobre ella.
Esperé un buen rato a que mis padres despertarán, y tuve que esperar aun más hasta tomarme todo el desayuno, para luego salir disparada hacia la calle sin siquiera haberme dado cuenta de lo que me había desayunado.
Una vez en la calle, me negué rotundamente a que se me ayudara a subirme a la "bici", y mucho menos a que me hicieran pasar la vergüenza de sostener la bicicleta mientras yo la manejaba. Estaba claro que yo ya sabia manejar, lo había hecho en mis sueños; en ellos yo manejaba hasta sin manos, me transportaba a lugares desconocidos fuera de este mundo. Mis padres hartos ya de tanto reclamo de mi parte accedieron y sólo atinaron a mirar como, al igual que la primera vez, me subía torpemente a la bicicleta. Una vez sobre ella, puse la punta del pie izquierdo sobre el suelo mientras que la derecha ya se apoyaba sobre el pedal; me impulse tanto como pude, y recuerdo que fueron los segundos más largos de mi vida, en cámara lenta sentí cómo todo mi cuerpo se contorneaba de derecha a izquierda realizando movimientos ondulantes, para finalmente ir a dar contra el piso. Al ponerme en pie, vi las raspaduras en mis brazos y piernas, y pensé en aquel momento que mi carrera como ciclista había terminado.
Mucho tiempo me tomó aprender a manejar aquella bicicleta. Yo sabia todo lo que tenía que hacer para echarla andar, sabia el funcionamiento de cada parte de la bicicleta, lo que desconocía era cómo manejar mi cuerpo para hacerlo armonizar con aquel vehículo.
A veces en la vida existen diversas situaciones que se nos presentan y frente a ellas casi siempre nuestra mente sabe cómo afrontarlas, sin embargo muchas veces nuestro cuerpo, que tiene un lenguaje diferente, puede resultar comportándose de una manera inesperada.
Creemos que tenemos el control total de nuestras emociones y sentimientos y eso nos hace vivir confiados, sin embargo, existen hoy en día muchos embarazos no deseados, matrimonios destruidos, enfermedades trasmitidas en un momento de poco juicio, donde los cuerpos hablaron por su propia cuenta. Y entonces se suele escuchar: “¡Oh! nunca creí que podría hacer esto”, o “cómo fui capaz de hacer aquello”. Entendamos que muchas veces nuestros ímpetus pueden correr más rápido que nuestro cerebro, y ganarle la posibilidad de razonar calmadamente sobre determinada situación, a fin de ver si lo que estamos a punto de hacer es bueno para nosotros, si nos beneficiará o por el contrario nos traerá momentos de lágrimas y toda una vida de amargura, No por nada la Biblia nos dice en 1ª de Corintios 6:18 "huid de la fornicación". Querido amigo(a) no nos sobre estimemos, las oportunidades para darnos cuenta que somos falibles se presentarán tarde o temprano, y ojala que para entonces hayamos aprendido a decir que ¡NO! y tengamos los pies prestos para salir huyendo, aún en contra de lo que opine nuestro cuerpo.
Esperé un buen rato a que mis padres despertarán, y tuve que esperar aun más hasta tomarme todo el desayuno, para luego salir disparada hacia la calle sin siquiera haberme dado cuenta de lo que me había desayunado.
Una vez en la calle, me negué rotundamente a que se me ayudara a subirme a la "bici", y mucho menos a que me hicieran pasar la vergüenza de sostener la bicicleta mientras yo la manejaba. Estaba claro que yo ya sabia manejar, lo había hecho en mis sueños; en ellos yo manejaba hasta sin manos, me transportaba a lugares desconocidos fuera de este mundo. Mis padres hartos ya de tanto reclamo de mi parte accedieron y sólo atinaron a mirar como, al igual que la primera vez, me subía torpemente a la bicicleta. Una vez sobre ella, puse la punta del pie izquierdo sobre el suelo mientras que la derecha ya se apoyaba sobre el pedal; me impulse tanto como pude, y recuerdo que fueron los segundos más largos de mi vida, en cámara lenta sentí cómo todo mi cuerpo se contorneaba de derecha a izquierda realizando movimientos ondulantes, para finalmente ir a dar contra el piso. Al ponerme en pie, vi las raspaduras en mis brazos y piernas, y pensé en aquel momento que mi carrera como ciclista había terminado.
Mucho tiempo me tomó aprender a manejar aquella bicicleta. Yo sabia todo lo que tenía que hacer para echarla andar, sabia el funcionamiento de cada parte de la bicicleta, lo que desconocía era cómo manejar mi cuerpo para hacerlo armonizar con aquel vehículo.
A veces en la vida existen diversas situaciones que se nos presentan y frente a ellas casi siempre nuestra mente sabe cómo afrontarlas, sin embargo muchas veces nuestro cuerpo, que tiene un lenguaje diferente, puede resultar comportándose de una manera inesperada.
Creemos que tenemos el control total de nuestras emociones y sentimientos y eso nos hace vivir confiados, sin embargo, existen hoy en día muchos embarazos no deseados, matrimonios destruidos, enfermedades trasmitidas en un momento de poco juicio, donde los cuerpos hablaron por su propia cuenta. Y entonces se suele escuchar: “¡Oh! nunca creí que podría hacer esto”, o “cómo fui capaz de hacer aquello”. Entendamos que muchas veces nuestros ímpetus pueden correr más rápido que nuestro cerebro, y ganarle la posibilidad de razonar calmadamente sobre determinada situación, a fin de ver si lo que estamos a punto de hacer es bueno para nosotros, si nos beneficiará o por el contrario nos traerá momentos de lágrimas y toda una vida de amargura, No por nada la Biblia nos dice en 1ª de Corintios 6:18 "huid de la fornicación". Querido amigo(a) no nos sobre estimemos, las oportunidades para darnos cuenta que somos falibles se presentarán tarde o temprano, y ojala que para entonces hayamos aprendido a decir que ¡NO! y tengamos los pies prestos para salir huyendo, aún en contra de lo que opine nuestro cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentarios, me alienta a seguir adelante. Dios te bendiga.