Esta vida es como una carrera y en ella, queramos o no, todos corremos; pero no todos corremos por el mismo motivo. Algunas personas corren para engordar su vanidad, queriendo limar sus asperezas en salones de belleza, que ofrecen a su clientela la formula secreta para devolverle a su cutis, la firmeza perdida. Horas de horas se hallan metidos en centros de masajes que prometen desestresarlos de la rutina diaria, al punto de pretender romperlos y volverlo a reconstruirlos bajo los habilidosos pies de alguna experta en la materia. Otros corren apurados, porque concertaron una cita amorosa y ya llevan dos horas de retraso, corren llevando consigo flores ya marchitas y estrujadas y bombones que ya se han derretido, mientras que dentro de si van tramando una buena excusa que los saque del problema. Otros corren hacia los tribunales a enfrascarse en juicios de nunca acabar, llevando bajo el brazo apelaciones, leyes enmendadas, códigos, revistas y demás artilugios para su defensa, para ver el modo en cómo hundir al adversario y cobrar los jugosos honorarios
Otros, en cambio corren a encontrarse con quien destruirá su matrimonio, o su inocencia, con los ojos de la mujer extraña, con la zalamera, con la que ablanda con sus palabras en la oscuridad de la noche, con aquella que, tal vez, los dormirá y les robará lo poco o mucho que tengan. Otros corren con zapatillas, vinchas y la camiseta del club de sus amores, ávidos de gritar un “gol” cargado de violencia, llevando en sus bolsillos piedras, palos, botellas, cuchillos y demás cosillas que darán mayor “emoción” al partido. Otros corren a citas de negocios, a firmar cheques, a comprar y vender e incluso perderlo todo en contados segundos.
Frente a todo ello cabe preguntar: ¿Hacia dónde, querido lector, corres tú todos los días? De la meta que tengas en tu mente dependerá la carrera que realices, o los atajos que tomes para alcanzarla. Caminar por la senda correcta y mantenerse en ella es muy difícil, pero no imposible. Sé que la cuesta, realmente, "cuesta" subirla; sin embargo no importa lo largo del camino o lo difícil que parezca, Dios ha dispuesto a prestos “aguateros” que te alcanzarán, durante toda tu vida, el agua que te reconforte y que sacie tu sed.
Así que, sabiendo todo ello, despojémonos de la envidia que nos corroe por el progreso del vecino; de la avaricia, del rencor por el engaño o por la ofensa sufrida y de todo lo que constituye un “peso extra” en la mochila y empecemos a correr para lograr que nuestra vida y la de los que nos rodean sea mejor cada día. Ajustémonos bien las agujetas porque, aunque el camino es largo, la recompensa que nos espera al llegar a la meta es más de lo que, cada uno de nosotros puede en esta vida siquiera imaginar.
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