"Dios envía una lluvia de sonrisas sobre tu vida, un manantial de perdón para vivir en feliz, un mar de bendiciones para compartirlas con otros, un río de paz para saciar tu sed y la nube de gloria para caminar seguro durante toda tu vida"

MIRA BIEN: "¡LA TUMBA ESTA VACIA!"

En Belén había fiesta, el cumplimiento de la Promesa llegó para abrigar el corazón de la humanidad. Un niño pequeño había nacido, y siendo hijo de Rey, yacía sobre el heno y la paja que le brindaban calor, mientras que el canto de los ángeles al son de los balidos y mugidos de los animales allí presentes, anunciaban que el Salvador de este mundo había llegado.
El Plan divino estaba en marcha, el pequeño abrió sus tiernos ojos a este mundo lleno de maldad, y desde aquel momento hasta que los cerró en el Gólgota, aquella mirada jamás fue cambiada. Años más tarde lo llevarían a la cruz del calvario, raerían sus ropas, mesarían sus barbas, lo escupirían, lo golpearían toda la noche previa a su martirio, pero aquella mirada siguió tan igual que siempre.
El Amado Salvador, nació, creció, vivió y murió con un propósito divino, y qué más divino que el amor y la infinita misericordia del amado Padre por la humanidad.
Sufrió cada desprecio y cada afrenta, experimentó escarnio, su hermoso rostro quedó desfigurado, pero en sus ojos aún permanecía el amor, y en medio de su dolor fue capaz de pedir clemencia por nuestra insensatez: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23: 34), y aquel perdón llegó y con él la posibilidad de un día no lejano estar con Él para siempre: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23: 43) y esta verdad resulta ser una promesa más valiosa que el oro refinado.
Nada apagó aquel amor, y aunque adolorido y sangrante, aún predicaba la compasión y la piedad: “Mujer, he ahí a tu hijo; hijo he ahí a tu madre” (Jn. 19: 26-27). Todo el peso de nuestro pecado yacía sobre su humano cuerpo, lacerado y desfalleciente, al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc. 15: 34), fue el grito de angustia, que aún nos sigue remeciendo. Mientras que una sed desgarradora iba consumiendo su ser: “Tengo sed” (Jn. 19:28) se le oyó clamar. Mientras el tiempo transcurría sin detenerse y cuando de su carne ya no brotaba más sangre, sino agua, supo que todo había sido cumplido: “Consumado es” (Jn. 19: 30), pero agonizando y conociendo que la muerte venía por Él, experimentado en quebrando, entregó su espíritu: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23: 46) y lo hizo sólo por amor.
Sus ojos se cerraron en aquella cruz, murió de la peor forma, pero ni la muerte, ni el hades pudo retenerlo, y de allí resucitó victorioso, despojando a los principados y potestades, exhibiendo su derrota públicamente y clavando en la cruz del calvario el acta de los decretos que había contra nosotros.
Aquel niño pequeño, que murió como hombre, pronto regresará como Rey. “Fiel y Verdadero” es Su Nombre. Lo veremos y lo reconoceremos porque aquella mirada de amor, sigue siendo la misma para con todos los suyos. Amén.

3 comentarios:

  1. Bendiciones,

    Acabo de agregar tu blog a mi Lista de Blogs Amigos, puedes verlo en el enlace.

    Es una bendición compartir mi sitio, muchas bendiciones y hasta pronto.

    Salvación y Paz
    Shavy

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  2. Gracias, Dios siga bendiciendo grandemente tu vida.

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  3. Felicidades muy buen blog, tus palabras muy reconfortadoras y de espernza...sigue asi

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Gracias por tu comentarios, me alienta a seguir adelante. Dios te bendiga.

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Este blog ha sido creado para compartir experiencias de vida que puedan mostrarnos, de manera más clara, las cosas buenas que llevamos dentro y que algunos hasta hoy desconocen.
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