Hoy me detuve frente al semáforo de tránsito, esperando a que la luz cambiara y me indicara que podía pasar a la otra acera con total seguridad. Mientras esperaba, pude ver cómo muchas personas se arriesgaban a cruzar, aun cuando no tenían el pase para hacerlo; vi a algunos esquivando los autos que velozmente transitaban. Vi a gente corriendo, intentando “ganarle” la carrera a los autos; vi a madres con hijos en brazos cruzar lo más rápido posible de una acera a otra, vi a jóvenes audaces caminar despreocupadamente entre los vehículos, deteniéndose en medio de la pista hasta lograr encontrar un espacio por donde meter el cuerpo para poder pasar al otro lado.
Todo esto me hizo pensar en que muchas veces en la vida, somos como aquéllos imprudentes peatones, que no están dispuestos a esperar a que la luz del semáforo cambie. Muchas veces nuestra falta de paciencia, nos lleva a cometer actos imprudentes, pues nos cuesta esperar el tiempo de Dios. Ansiamos las cosas ¡YA! ¡AHORA!, y cuando el asunto tarda un poquito, cuando Dios nos dice: espera, entonces sentimos que esa espera realmente “desespera”.
Dios le dijo a Abraham que haría de él una gran descendencia tan incontable como las estrellas del cielo, pero los años pasaban y pasaban y su impaciencia lo hizo pensar que tendría que “ayudar” a Dios a cumplir sus propósitos, así que dado que su esposa Sara, no podía darle, hasta ese entonces un hijo, aceptó la sugerencia de su esposa y concibió un hijo con la esclava de esta, un hijo al cual llamó Ismael. Sin embargo él no era el hijo prometido por Dios, y su falta de paciencia, trajo como consecuencia que al nacerle Isaac, hijo de Sara, Abraham tuvo que despedir de su lado a su otro hijo Ismael y a la madre de este. Y fue así que Abraham nunca vio crecer a Ismael; ello seguramente generó en él mucho dolor, pues era también su hijo.
Amigo lector, el intentar apresurar los planes de Dios, sólo traerá sinsabores; Dios sabe cuándo es el tiempo previsto para aquello que anhelamos en nuestros corazones; las decisiones equivocadas de hoy serán las lágrimas del mañana, y no sólo las nuestras, sino las de nuestras generaciones. Aprendamos a esperar a que la luz del semáforo cambie, para poder cruzar confiadamente, sabiendo que andamos según la voluntad de Dios. No nos arriesguemos, ni arriesguemos la vida de nadie intentando hacer nuestra propia voluntad, intentando correr más rápido que Dios…
Amigo lector, el intentar apresurar los planes de Dios, sólo traerá sinsabores; Dios sabe cuándo es el tiempo previsto para aquello que anhelamos en nuestros corazones; las decisiones equivocadas de hoy serán las lágrimas del mañana, y no sólo las nuestras, sino las de nuestras generaciones. Aprendamos a esperar a que la luz del semáforo cambie, para poder cruzar confiadamente, sabiendo que andamos según la voluntad de Dios. No nos arriesguemos, ni arriesguemos la vida de nadie intentando hacer nuestra propia voluntad, intentando correr más rápido que Dios…
Muy bonito y el ejemplo es muy sabio. Es verdad, a veces uno se impacienta y no espera la voluntad de Dios o bien, se desanima y descuida la espera para la venida del Señor Jesucristo.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu Blog, lo enlazaré en el mío
bendiciones desde Chile!!!
Muchas gracias por tus palabras!!! me hicieron muy bien, justo en este momento que tenía una penita. Es rico ir conociendo gente que Alaba a Dios y cree en lo que Él dice.
ResponderEliminarSeguiré leyendo tu Blog, es buenísimo y muy lindo!
Bendiciones!