El aseo es algo que nos han enseñado desde pequeños y que hemos venido practicando desde entonces. El sentirse limpio, libre de gérmenes, y con buen olor es una necesidad del ser humano, de allí que resulta muy desagradable el percibir malos olores de alguna persona que camina cerca nuestro. Ello es mucho peor al encontrarnos en sitios cerrados como por ejemplo un ascensor. Al percibir uno que otro olor desagradable, las personas tienden a expresar gestos de desagrado, a aguantar la respiración o a tomar rumbos diferentes. En lo espiritual sucede algo similar, la Escritura nos dice que mucha gente que vive sus vidas de espaldas a Dios, están muertos en sus delitos y pecados, es decir, su vida espiritual, debido a su reprochable comportamiento, tiende a despedir olores que son desagradables ante Dios. El pecado, querido(a) amigo(a), es algo que Dios no soporta, es una barrera entre Dios y el hombre. Antes de conocer a Dios, así éramos nosotros, perversos y despreciables, nada bueno había en nosotros, podíamos exhibir trajes bien limpios y bien planchados, pero por dentro nuestra alma se encontraba corrompida, éramos lo que la Escritura llama “sepulcros blanqueados”, limpios por fuera, pero llenos de podredumbre por dentro.
Sin embargo, un día, Dios mostrando su infinito amor, extendió su Santa mano hacia nosotros y nos sacó del lodo cenagoso, del pozo de la desesperación, y una vez fuera nos limpió con su sangre preciosa, nos dio una vestimenta nueva y limpia y nos sentó a su mesa y junto a Él por primera vez en nuestras vidas nos sentimos limpios, en nuestra casa y con nuestro Padre. Hoy Dios aún sigue limpiando y santificando a aquellos que acuden a Él, no importa lo muy manchado que esté tu corazón, o lo desagradablemente sucia que creas que se encuentra tu alma, Dios puede limpiarte, puede purificarte, como cuando eras pequeño y mamá te aseaba y tras el agradable baño, todo era diferente. Hoy sólo tienes que ver ante Dios y pedirle que te limpie y te purifique. Ten por seguro que Él esperándote está…
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